En febrero de 1965 la vida lo llevó a Caracas. Entonces, maracucho de nacimiento, fue deslumbrado por una ciudad luminosa con edificaciones enormes... se sentía como en Nueva York. Quedó maravillado por las vanguardistas Torres del Centro Simón Bolívar y sus paredes de mármol, por los bloques de El Silencio y por la fuente blanquecina de la Plaza O'Leary.
"La arquitectura de Caracas cambiaba a diario, y, curiosamente, así como fui testigo del tránsito de la televisión en blanco y negro al color, también presencié la transformación de una ciudad sencilla en una con edificios inteligentes", dice.
Gilberto Correa, periodista y padre de dos hijos, primero vivió en Las Mercedes, y luego en el Hotel Potomac de San Bernardino, donde secuestraron al futbolista Alfredo Di Stéfano. Tras llegar a la capital contratado por Venevisión fue escalando posiciones en el canal: locutor de cabina y de promociones, animador de programas juveniles, de concursos, de musicales, hasta llegar a los primeros espacios de televisión popular producidos en la calle. Así condujo El show del pueblo en Antímano, La Vega, Plaza La Candelaria y El 23 de Enero, experiencia que le dio la oportunidad de nutrirse del sentir urbano.
"La interacción con el público es importantísima, porque te vincula con la audiencia", dice, y recuerda un sinfín de anécdotas: "Cuando hacíamos los shows en la calle nunca faltaba una señora de algún barrio que me invitara a almorzar en su casa. Yo iba, por supuesto; aunque lo menos que hacía era comer, pues llegaba tanta gente que no podía ni moverme". Tales momentos son la corona en su pared de reconocimientos. "Me han dado decenas de premios, pero si tuviera que dejarlos por seguir recibiendo el cariño de la gente, los abandonaría para siempre".
No obstante, él mismo se sorprende ante una confesión inédita. "La popularidad me ha agotado al punto de que soy más feliz siendo anónimo que siendo conocido. No porque quiera dejar la fama, sino por la libertad de hacer más cosas sin tener que cuidarme tanto. A veces me siento preso en mi propia ciudad", revela.
Con los años, su estilo de vida cambió. De joven disfrutó la ciudad en las mejores discotecas de la época: La Lechuga 1 y 2 (en la avenida Libertador), el City Hall (en el C.C.C.T.) y Le Club (en el C.C. Chacaíto), donde, dice, se cumplía lo de "living la vida loca".
Al contrario, hoy disfruta una Caracas tranquila. La admira desde su pent house con una vista de casi 360°, y El Ávila en frente le resulta un obsequio verde-marrón, unos días amigable y, otros, tenebroso. "Y lo mejor es que no tengo El Ávila del arte que pintó Cabret, sino el que hizo Dios, con sus colores y dimensiones reales", señala.
Tras cientos de vivencias en este valle -las "bailantas" en Los Próceres con 300 mil personas, las décadas en Sábado Sensacional, y los Miss Venezuela en los Teatros Municipal, Teresa Carreño y, luego, en el Poliedro-, un día especial emerge al escudriñar en su memoria. Corría julio de 1967, "jamás lo olvidaré: era el Cuatricentenario de Caracas, la ciudad entera festejaba en la Plaza Bolívar la elección de su reina, y allí estaba yo, un maracucho de 23 años, con el inmenso honor de animar el evento", recuerda. Finalmente, una de las caras más famosas del país y voz comercial por excelencia, alerta: "No permitamos que 'la sucursal del cielo' se convierta en 'la capital del infierno'". Se felicita por el juego de palabras, toma un sorbo de vino, y apunta con regionalismo: "Bueno, Caracas siempre será 'la sucursal del cielo', porque el cielo mismo es Maracaibo".
Gilberto Correa, periodista y padre de dos hijos, primero vivió en Las Mercedes, y luego en el Hotel Potomac de San Bernardino, donde secuestraron al futbolista Alfredo Di Stéfano. Tras llegar a la capital contratado por Venevisión fue escalando posiciones en el canal: locutor de cabina y de promociones, animador de programas juveniles, de concursos, de musicales, hasta llegar a los primeros espacios de televisión popular producidos en la calle. Así condujo El show del pueblo en Antímano, La Vega, Plaza La Candelaria y El 23 de Enero, experiencia que le dio la oportunidad de nutrirse del sentir urbano.
"La interacción con el público es importantísima, porque te vincula con la audiencia", dice, y recuerda un sinfín de anécdotas: "Cuando hacíamos los shows en la calle nunca faltaba una señora de algún barrio que me invitara a almorzar en su casa. Yo iba, por supuesto; aunque lo menos que hacía era comer, pues llegaba tanta gente que no podía ni moverme". Tales momentos son la corona en su pared de reconocimientos. "Me han dado decenas de premios, pero si tuviera que dejarlos por seguir recibiendo el cariño de la gente, los abandonaría para siempre".
No obstante, él mismo se sorprende ante una confesión inédita. "La popularidad me ha agotado al punto de que soy más feliz siendo anónimo que siendo conocido. No porque quiera dejar la fama, sino por la libertad de hacer más cosas sin tener que cuidarme tanto. A veces me siento preso en mi propia ciudad", revela.
Con los años, su estilo de vida cambió. De joven disfrutó la ciudad en las mejores discotecas de la época: La Lechuga 1 y 2 (en la avenida Libertador), el City Hall (en el C.C.C.T.) y Le Club (en el C.C. Chacaíto), donde, dice, se cumplía lo de "living la vida loca".
Al contrario, hoy disfruta una Caracas tranquila. La admira desde su pent house con una vista de casi 360°, y El Ávila en frente le resulta un obsequio verde-marrón, unos días amigable y, otros, tenebroso. "Y lo mejor es que no tengo El Ávila del arte que pintó Cabret, sino el que hizo Dios, con sus colores y dimensiones reales", señala.
Tras cientos de vivencias en este valle -las "bailantas" en Los Próceres con 300 mil personas, las décadas en Sábado Sensacional, y los Miss Venezuela en los Teatros Municipal, Teresa Carreño y, luego, en el Poliedro-, un día especial emerge al escudriñar en su memoria. Corría julio de 1967, "jamás lo olvidaré: era el Cuatricentenario de Caracas, la ciudad entera festejaba en la Plaza Bolívar la elección de su reina, y allí estaba yo, un maracucho de 23 años, con el inmenso honor de animar el evento", recuerda. Finalmente, una de las caras más famosas del país y voz comercial por excelencia, alerta: "No permitamos que 'la sucursal del cielo' se convierta en 'la capital del infierno'". Se felicita por el juego de palabras, toma un sorbo de vino, y apunta con regionalismo: "Bueno, Caracas siempre será 'la sucursal del cielo', porque el cielo mismo es Maracaibo".
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