sábado, 30 de abril de 2011

Recordando al Gran Poeta William Osuna.

Caracas, Venezuela, 1948. Actual presidente de la Fundación Editorial el perro y la rana. Se destaca como poeta, editor y docente. Dirigió el taller de poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Celarg (1981), y el taller de poesía de la Casa de la Cultura de Maracay (1982). Coordinó el plan de alfabetización del Barrio Los Erasos (1985). Impartió cátedra de poesía en la Universidad Metropolitana, Dirección de cultura (1991-1995).

Obra: 
 Estos 81 (1978), Mas si yo fuese poeta, un buen poeta (1978); 1900 y otros poemas (1984); Antología de la mala calle (1990 y 1994); San José Blues + Epopeya del Guaire y otros poemas; Miré los muros de la patria mía (2004).

Premios: 
 Premio Nacional de Literatura (2007); Primer Premio, Bienal José Antonio Ramos Sucre, 1976, por Estos 81; Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, Distrito Federal, 1983, por Antología de la mala calle; Premio Bienal Manuel Díaz Rodríguez, Mención Poesía, Concejo Municipal del Distrito Sucre, 1984, por 1900 y otros poemas.

ANTOLOGÍA
Miré los muros de la patria mía, título publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana (primera edición 2004 y segunda edición 2008), reúne los trabajos poéticos de William Osuna, poeta homenajeado en esta séptima edición del Festival Mundial de Poesía de Venezuela. En él se compilan los poemarios: Estos 81Mas si yo fuese poeta, un buen poeta (1978), Antología de la mala calle (1990, 1994, 2002), y San José Blues + Epopeya del Guaire y otros poemas (2003). En sus textos se desdibuja una ciudad que duele en la certeza del amor y viceversa, los tiempos, las calles y los pasos que buscan y muchas veces no encuentran. Crónica de una ciudad que podría ser otra, con su mala calle y su mala suerte de años, como si el espejo se hubiera roto, una y mil veces, y le hubiera dejado toda la superstición de los reflejos. (1978),
Epopeya del Güaire (fragmento)

El río Güaire tiene malos modales, cuando va
en los autobuses nunca le cede el puesto
a las parturientas, se sienta primero que las
damas, en los entierros grita más alto que
las viudas, dice impertinencias del muerto, cuentos de
los otros ríos.
A mí que no me nombre, dice el
Orinoco, no fue grumete en La Invencible ni
pudo unir sus aguas a los siete mares de China.
Los indios lo taparon con concha de totuma
para que los españoles no se lo bebieran.
No se parece a los ríos de don Jorge Manrique.
La mar océano no lo soporta a
él filosofa como un sabio chino: «Un río que no sabe
morir en un golfo»

¿Quién lo maleó?
No lleva doblón, ni sencillo, ni baúl de
pirata en sus dominios.
Tampoco rabo de tigre, tiene la carne peluda.
No trabaja, no canta.

Se monta en un perol de leche o
sobre el capó de un carro a mirar
los colores de la ciudad: es un río
que contempla, no para que lo contemplen.


Tan pobre: si la luna de los amantes
se atreviera a conversar con él ningún puente
la aceptaría; que no le vaya a pelar
los ojos a  la laguna negra, el poeta
Acevedo sería capaz de encerrarlo en un soneto.
Bronca de ríos y que hermanos. 

No me
meto en esos líos familiares.
Así me
enseñaron en la escuela. No es mi problema.

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